LIV ha decidido sacrificar uno de sus rasgos fundacionales —los 54 hoyos— para abrazar el formato clásico de 72 hoyos desde 2026 y buscar, de una vez, los puntos del ranking mundial que le abran la puerta a los grandes. Detrás del cambio late una batalla mayor: la pelea por la legitimidad deportiva, el control del talento y la narrativa de quién manda en el golf profesional.
Del “54” al estándar de 72 hoyos
Desde su nacimiento, LIV se construyó sobre la idea de torneos a 54 hoyos, sin corte y con participaciones cerradas, un formato que el OWGR ha señalado como una de las razones para negar puntos a sus eventos. El anuncio de que a partir de 2026 todos los torneos se jugarán a 72 hoyos, en cuatro días y manteniendo la salida tiro y la competición por equipos, supone una renuncia explícita a ese rasgo diferencial con el objetivo de alinearse con el estándar histórico del golf mundial.
El giro es especialmente simbólico porque el nombre de la liga, “LIV”, nació precisamente de ese 54 en números romanos, vinculado además al “resultado perfecto” de 18 birdies en un par 72. La liga asume, por tanto, un coste de marca a cambio de acelerar la entrada en el sistema de ranking y rebajar uno de los argumentos favoritos de sus críticos: que su golf era “exhibición”, no circuito serio.
El ansiado acceso al OWGR y a los majors
Scott O’Neil, nuevo CEO de LIV, ha dejado claro que el objetivo es lograr una “solución” con el OWGR de cara a la temporada 2026, en coordinación con el nuevo presidente del ranking, Trevor Immelman. La lógica es evidente: sin puntos, muchos jugadores pierden posiciones en la clasificación mundial y dependen de invitaciones, exenciones pasadas o clasificaciones locales para seguir entrando en majors, lo que erosiona el atractivo competitivo de la liga a medio plazo.
Al adoptar 72 hoyos, LIV elimina un obstáculo técnico clave señalado por el OWGR y se acerca a los criterios que rigen circuitos como PGA Tour y DP World Tour, reforzando su argumento de que sus eventos merecen ser evaluados en igualdad de condiciones. Para el aficionado, el impacto potencial es enorme: más estrellas de LIV recuperando presencia en los majors, cuadros más completos y un ranking mundial que podría volver a reflejar, de forma más fiel, la realidad del talento repartido entre circuitos.
Negocio, pantallas y el “día extra” de espectáculo
El cambio de formato no responde solo a la política del ranking, sino también a las necesidades comerciales que LIV reconoce abiertamente: más horas de emisión y un día extra de activación para patrocinadores, promotores y plataformas. Al pasar a cuatro jornadas, la liga tiene un lienzo más largo para desplegar su propuesta de “evento total”: conciertos, DJs, experiencias VIP y una atmósfera más cercana a un festival deportivo que a un torneo clásico.
La propia organización subraya que el ADN de la competición —salida a tiro, formato por equipos en paralelo al individual y enfoque de entretenimiento— seguirá siendo parte central del producto, de modo que el salto a 72 hoyos busca sumar legitimidad sin renunciar a su imagen rupturista. La pregunta que se abre para el golf tradicional es obvia: si LIV logra puntos y mantiene su show, ¿obligará a los tours históricos a mover ficha también en el terreno del espectáculo?
Un mensaje para jugadores y tours rivales
Para las estrellas que apostaron por LIV, el anuncio es una señal de que la inversión personal —y el desgaste reputacional— podría verse recompensada con un retorno estable a la élite deportiva, sin necesidad de romper con la liga. Voces destacadas del circuito han presentado el cambio como una evolución “ganadora” que combina el deseo de los jugadores de medirse en formatos exigentes con la flexibilidad de un modelo de negocio distinto.
Al mismo tiempo, el movimiento presiona al ecosistema entero: si el OWGR acepta a LIV, PGA Tour y DP World Tour tendrán que convivir con un ranking “multipartido” donde el talento se reparte entre calendarios que compiten por fechas, audiencias y patrocinios. Si, por el contrario, el ranking sigue cerrando la puerta pese al cambio a 72 hoyos, el debate se radicalizará: ¿es el OWGR un árbitro técnico o un instrumento político en la guerra por el control del golf profesional?

